lunes, 25 de julio de 2011

Ideologizados Todos

Chilenos nos fanatizamos sin necesidad de tropas de ocupación. En fotografía, provincianos alemanes "liberados" saludan a fuerzas nazis (fuente: Theatlantic.com)

Chile constituye, ya muchos lo han dicho, el laboratorio planetario donde todo se prueba, desde el comunitarismo de Maritain, pasando por el socialismo a la chilena, hasta la candorosa doctrina de Chicago que juraba redimirnos por el santísimo mercado. Todos vociferaron “avanzar sin transar”.

Cuenta la leyenda que la cortina musical televisiva de los encuentros futboleros criollos, la Suite Karelia de Johan Sibelius, fue estrenada en los mentados eventos con un error garrafal: se lanzó al aire al doble de la velocidad prescrita por el insigne músico finlandés. Esto, lejos de molestar a la distinguida audiencia, fue un triunfo atronador, tanto así, que la ya citada melodía está enquistada en el ADN del balompié nacional. De hecho, cada vez que la escucho siento unas ganas incontenibles de salir corriendo tras una pelota. ¿Es este desliz melódico un síntoma de una enfermedad social más profunda? Me arriesgaré con una especulación peregrina y diré que sí: esta ansiedad por gozar de los beneficios de la civilización occidental pero “rapidito” y, ojalá, saltándose todos los esfuerzos que ello implica, está en nuestro más arraigado carácter. Nos gusta Sibelius, sí, pero que no nos dé la lata con sus exigencias estéticas, por eso lo ponemos al doble de velocidad y corremos a perdernos tras la “esférica”.

Muchos me odiarán por decir esto, pero creo que todo empezó con Eduardo Frei Montalva y su mágica “Revolución en Libertad”, su “promoción popular”, sus ensayos comunitaristas. La esperanza era dar con la doctrina correcta capaz de llevarnos “de la manito” al desarrollo, casi como se lleva a un nene al jardín infantil. La fórmula era simple, bastaba con reformar el agro, chilenizar el cobre y extender la educación básica, todo lo demás vendría por añadidura, pues el proceso era automático. El experimento, claro, no fue todo lo exitoso que se imaginaron sus promotores y esta triste realidad dio paso a Salvador Allende, el cual, ahora sí, prometía, venía con la doctrina milagrosa. Era la “Vía Chilena al Socialismo” que era medio pariente de la receta anterior, pero con más grados alcohólicos: nacionalización del cobre, reforma agraria hasta que duela, Escuela Nacional Unificada y un amplio programa de traspaso de empresas privadas al área estatal. Igual que en la experiencia anterior, sus defensores cacareaban que Chile alcanzaría automáticamente el desarrollo gracias a la liberación de las fuerzas productivas del proletariado y un largo bla bla. Como era de esperar, el experimento no gozó de todo el éxito que añoraban sus promotores.

Cuando todo parecía perdido y creíamos que las ideologías nos habían decepcionado, apareció la dictadura militar y su tropa de técnicos formados en Chicago listos para aplicar la receta de Friedman y Harberger (que vendrían a ser el Marx y Lenin de la derecha ideológica). La idea era hacer justamente lo contrario que los dos experimentos anteriores. De hecho, uno de sus teóricos centrales, José Piñera, fue capaz de embarcar a Chile en un experimento único en el mundo: las pensiones privadas. La idea era tan extrema como las anteriores, pero al revés: si antes el rey Midas era lo estatal o colectivo que convertía en oro todo lo que rozaba; ahora, el nuevo Midas era el capital privado, ¿el oro convertía en oro lo que tocaba? En fin, la idea era que si teníamos educación privada, pensión privada, salud privada, agua potable privada, desataríamos un proceso, automático de nuevo, que llevaría a este menesteroso país al desarrollo. Y, claro, si bien
hubo avances en varios campos, el experimento no tuvo éxito en el punto central: la distribución del ingreso y la proporción de pobres. Esta se ha mantenido casi inamovible desde 1964, es decir, en torno al 20 por ciento de los chilenos. La diferencia es que antes los pobres caminaban descalzos, hoy lo hacen con zapatillas chinas compradas en La Polar a precios exorbitantes, pero en “cómodas cuotas mensuales” capaces de desangrar el salario del jefe (a) de hogar.

¿Es esto una enfermedad chilena? Si algo sirve de consuelo, diré que no, que es parte de la psicología mediterránea: muchos griegos, portugueses y españoles creyeron, de verdad, que con solo entrar en la Unión Europea sus países se desarrollarían ipso facto como Alemania. Lo que sí no tiene consuelo posible es que los ministros del actual gobierno tengan la desfachatez de hacer caso omiso a su compromiso ideológico y acusar a las demandas estudiantiles de estar “ideologizadas”. Esto equivale a ver la paja en el ojo ajeno y olvidar la viga en el propio. Lo honesto sería reconocer que todos somos adictos a las promesas fáciles de las ideologías, que no soportamos la noción de que el costo del desarrollo es sangre, sudor, lágrimas y pensamiento autónomo, que no toleramos la sospecha de que no existen caminos “automáticos” al desarrollo y que, claro, somos como esos atenienses que creían poder llegar a ser berlineses, pero tumbados al sol y con un par de euros en la billetera.

jueves, 7 de julio de 2011

“Analista de ética”

Angel Novus, espantado por un analista de ética...

Sí, sí, leyó bien, no es una tomadura de pelo. El tema menos específico que existe, la ética, que atañe a todo ser humano por el hecho de “ser” persona, ya tiene su cargo tecnocrático para buscarle la quinta pata al gato… Señoras y señores, con ustedes el “analista de ética” o, si desea darle mayor pedigrí, puede decirle: ethics analyst or ethics counsel, como le dicen.

Para los vejetes que nacimos entre 1965 y 1970 la palabra analista tiene una resonancia cartesiana, una temperatura gélida, dada por su promesa de aplicar la racionalidad a lo real hasta volverlo, a pesar de sus pelos, defectos e impurezas, en algo tan aséptico y conceptual que puede ser presentado en cualquier folletín institucional sin causar náusea alguna entre el distinguido público. Y claro, el país donde brota el analista de ética por vez primera es, al parecer, en los Estados Unidos. En Chile, que no soportamos que los gringos nos lleven la delantera y tratamos de reciclar todos sus inventos (un caso es twitter que, en nuestro terruño, canaliza gran parte del debate político cuando, seguro, fue pensado para redes sociales más informales), no tardamos en naturalizar el mentado concepto a la remolienda criolla y, sin decir agua va, ya tenemos nuestros regios (as) “analistas de ética”. Eso sí, estos analistas sí que tienen campo laboral, no como los criminólogos-de-la-hermenéutica-zodiacal que tuvieron su auge y caída durante el antiguo régimen concertacionista. ¿Y dónde trabajan estos señores? Preguntará un distraído… En las consultoras de RSE (Responsabilidad Social Empresarial), un ejemplo: la empresa Gestión Social, uno de los tentáculos de nuestro entrañable Eugenio Tironi, dedicado a asesorar, entre otras empresas, a Hidroaysén, según oportuna revelación twittera de Patricio Navia, cuenta con tres de estas brillantes profesionales.

¿Qué nos pasa que nos estamos comprando esta neo-lengua que intenta disfrazar con glamour la precariedad laboral? El caso de una Isapre es para llorar a gritos: a las personas que reembolsan los gastos médicos las llaman “consultoras cajeras”. Sin embargo, el caso del “analista de ética” es lo más grave, pues encierra una ideología torva en su interior. De partida, presupone que los problemas éticos son asuntos casi ingenieriles susceptibles de ser optimizados, como quien optimiza el uso de combustible en un proceso productivo. Según esta visión, ingenua e interesada a la vez, en los conflictos éticos no existe la tragedia que nos lleva a optar entre dos valores relevantes en pugna, a cambio de ello, apuesta a una dieta baja en calorías que consiste en conjugar los intereses de una empresa con los valores de una comunidad hasta llegar a una combinación óptima que haga que cierta inversión sea tolerable para el grupo humano afectado y, más importante todavía, rentable para los inversionistas comprometidos (aquí, en el caso de Hidroaysén, nuestros “analista éticos” han fallado sistemáticamente). Que quede claro, no critico este ejercicio de lograr transacciones aceptables entre valores y rentabilidad, creo que es una disyuntiva inevitable de la vida humana, solo reprocho la carencia de autenticidad y coraje para llamar las cosas por su nombre y, en cambio, recurrir a embellecimientos inútiles. No lo hago por una manía ética, sino estética, pues el resultado de esos “embellecimientos” son verdaderos esperpentos que rebajan la dignidad de los involucrados.

Esto de reconocer la tragedia implícita en todas las decisiones humanas es indispensable en la actual coyuntura, pues ni los grandes inversionistas ni los más alternativos ecologistas están dispuestos a aceptarla. El caso de los primeros ya lo vimos y, respecto de los segundos, el asunto no es menos patético: apuesto diez contra uno a que la mayoría de los que marchan contra Hidroaysén no están dispuestos a rebajar demasiados kw/hora en su estilo de vida. Quieren un mundo con producción limpia, pero olvidan que sus mp3, i-pods, i-pads, celulares, redes y computadores necesitan de muchas centrales termoeléctricas chinas, a cochino carbón, para alimentar esta fenomenal, esta maravillosa “fiesta de las redes” que vive el planeta.

martes, 9 de noviembre de 2010

Lodo Mon Amour

CLICK en la portada para verla al 100 por ciento.

Almas infartadas, vidas de pacotilla, gente que, claro, tiene cuentas con el destino, porque resulta que sus días son más ridículos que gloriosos...En fin, podría ser una metáfora de Chile. Como país, siempre aspiramos a ser algo serio, pero la resbaladiza historia se encarga de hundirnos en el lodo de la opereta justo cuando estamos ¡¡¡a punto!!! de parir un instante digno de archivarse en los anales de la especie. Puras ramplonerías, ¡qué le vamos a hacer!
Mientras escribía la novela, me visitó muchas veces el mito platónico de la caverna, pero con ciertos "enchulamientos" que lo hacen más apropiado a nuestro ser local. Me explico: en lugar de ser el género humano el que mira las sombras que "el mundo de las ideas" proyecta sobre la pared de roca; somos los chilenos los que, embobados, vemos desfilar los reflejos fantasmagóricos que el mundo desarrollado proyecta en las esquinas de nuestras ciudades. ¿Cómo? No sé, pero creo que es una ocurrencia con cierto asidero. El otro día, esperaba la luz verde para cruzar una concurrida calle de Providencia. A mi lado, se preparaba un malabarista para comenzar su "trabajo" apenas dieran la roja a los automóviles. Cuando estos pararon él se lanzó a realizar su show en medio de la acera: se colocó delante de un Porsche Carrera, descapotable, último modelo. El piloto miraba despreocupado a su ¿amenizador vial?, mientras dejaba que su brazo izquierdo reposara en la ventanilla, ostentando así un Rolex digno de un magnate tercermundista. El dorado del reloj producía un juego ominoso junto al negro del coche. Los anteojos oscuros del conductor reflejaban las piruetas del saltimbanqui con una deformación casi malintencionada. Miré a ambos y se me antojó una revelación: Chile está simbolizado por este parcito, por este binomio compuesto por entretenedor y entretenido. ¡Si hasta el presidente se desvive por mantenernos libres de todo tedio! ¿Entretenernos de qué? ¿De nuestras vidas? No se nos vaya a ocurrir tomarnos de nuevo en serio nuestras pobres existencias, cada vez que ello ocurre, se nos alcoholiza el alma y nos ponemos algo violetos... Mejor así, jugando eternamente a la diversión... Hasta los mineros nos ayudaron en la tarea. En imprenta me dicen que el libro estará para el 25 de noviembre, quién sabe, todo depende de que al tipógrafo no lo atropelle el estólido del Porsche Carrera. Cruzo los dedos.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Apuntes para una ética de la traición


En Anatomía de un Instante (Mondadori, 2009), Javier Cercas explica que es necesario elaborar una ética de la traición, pues hasta aquí los hombres se han venido acusando mutuamente de traición desde que la historia nos arrojara del paraíso. Cercas nos sugiere que, desde que el cráneo humano empezó a rumiar, no ha podido parir nada diferente de la ética de la lealtad y esto, claro, es un grave problema para los traidores y para quienes sospechamos que algún día podríamos visitar dicha categoría. Una ética de la traición sería, entonces, un avance magnífico desde el momento en que se reconoce que es la traición la que gatilla la mayoría de los cambios históricos: los impulsores de la agricultura escupieron sobre las tradiciones de los recolectores, los comerciantes utilizaron a los campesinos para comerciar sus productos, más tarde, los banqueros abusaron de los mercaderes para concentrar capital y así financiar proyectos industriales que, muchas veces, no pagarían sus deudas con los bancos. En fin, el obrero mordería la mano de su patrón, el joven idealista aborrecería los axiomas del partido de sus padres y así hasta el infinito.

Es verdad que no todas las traiciones son glamorosas ni estéticas, pero muchas son necesarias. La canción Le Déserteur, del escritor y músico francés Boris Vian, habla de la necesaria traición del sentimiento nacionalista que ya había arrastrado a Europa a una guerra generalizada entre 1914 y 1918 y que, por los años en que fue compuesta, recrudecía y comenzaba a cobrar en sangre la ingenuidad de las jóvenes generaciones galas. En la romanza, Vian le declara al presidente de la República Francesa que no irá a la guerra, pues “vio partir a su padre y morir a su hermano” y que no está dispuesto a seguir el mismo camino que ellos. El mensaje, visto desde la óptica de la lucha contra la barbarie nazi, podría ser calificado incluso de cobarde, pero visto desde la necesaria rebeldía contra la irracionalidad de las guerras, es casi un gesto de heroísmo: se manifiesta así la inevitable ambigüedad de la traición, su torcido camino hacia el bien por medio de inconfortables travesías por los eriales del mal. Cuando Vian advertía que traicionaría a la causa francesa, en el fondo, declaraba su lealtad a la vida, su lealtad a la Europa de Dante y al proyecto político universalista que dicho continente viene intentando, en medio de innumerables errores, desde la aspiración romana de unificar el mundo bajo el imperio de la ley y la racionalidad.

Pero el viscoso y oscuro núcleo del tema que nos preocupa aún permanece intocado. Cercas no se atrevió a explicitarlo y sólo enunció la pregunta: ¿es posible formular una ética de la traición que sea consistente con los valores humanos más permanentes? Desde mi limitado punto de vista, me atrevo a decir que sí, y que no sólo es posible, sino que además es necesario, es deseable. Puestos a definir la estructura axiológica de la traición (es decir, de aquella traición valiosa, digna), nos encontramos siempre con un movimiento, o mejor aún, con un viaje: me refiero al doloroso recorrido que hace el traidor virtuoso desde lo particular a lo universal. En su libro, Cercas habla de esto todo el tiempo, pero por algún motivo, no lo llega a formular en toda su extensión. En efecto, el autor de Anatomía de un Instante, describe magistralmente el viaje de Adolfo Suárez desde su juventud provinciana, de un falangismo torvo, hasta su madurez de estadista incluyente que se desangró en la tarea de desmontar el estado franquista para construir sobre sus ruinas un proyecto político universal, capaz de dar cabida dentro de sí tanto a republicanos como a nacionales y monárquicos. En este afán, Suarez fue capaz de arriesgar la vida durante la decisiva tarde del 23 de febrero de 1981, cuando el Coronel Tejeros entró al parlamento español a punta de disparos. Mientras todos los congresales se tiraban al suelo, Suárez no se movió de su asiento. Sólo fue capaz de imitarlo el representante del Partido Comunista, Santiago Carrillo, a quién también le tocó cargar con la acusación de haber traicionado los valores del bando republicano. Las balas silbaban entre las cabezas de ambos próceres, pero nunca se doblegaron ante la intentona golpista. Es verdad, el combustible que impulsó a Suárez a través de su arduo viaje desde el falangismo a la democracia era poco decoroso, pues su composición, a la postre, fue mera ambición personal, ansias de salvarse como político y de perdurar en el poder, no el amor a la libertad. Ahora, si somos justos, hacerle esta crítica a un político, es equivalente a denostar a los amantes por dejarse llevar por la lujuria o tirarle las orejas a un empresario por desear utilidades. No se puede mirar feo a un girasol por estar interesado en la radiación solar, nadie está obligado a renunciar a su naturaleza.

Otro ejemplo, muy clarificador de traición virtuosa, es una que no se suele explicitar: la de Jesucristo y su reinterpretación radical de la Ley Mosaica, al punto que saltó desde una religión casi tribal, como el judaísmo de su tiempo, a otra confesión con una aspiración universal inocultable: “ya no hay griego, romano ni judío”, les contestaba a quienes estaban inquietos por su total prescindencia respecto del esfuerzo de su pueblo por liberarse del yugo de Roma. Fue esta traición, ni más ni menos, una de las causas principales que llevaron a Cristo a la muerte en cruz. La comunidad judía de su época tenía pocas posibilidades de comprender el mensaje religioso de Cristo, pues, al estar orientado hacia un público universal, carecía de toda ambición de liderazgo político particular como el de Moisés o David. Y, claro, la subversión contra la autoridad romana ni siquiera figuraba en su agenda salvífica. En esto, Cristo sentó las bases del estado laico al desvincular la religión de la política secular. Esta innovación, es menester reconocerlo, es tan importante como la creación del alfabeto.

El concepto de traición virtuosa es, entonces, fértil en aplicaciones. El modelo más obvio, el que más grita, es el ya casi centenario conflicto del Cercano Oriente. La ya irracional disputa que enreda a palestinos e israelíes requiere, con urgencia, de que ambas partes recurran a la traición virtuosa. Sí, cada uno de los bandos, debe, sin asco ni remordimiento alguno, traicionar a su propia tribu para ser leal a un proyecto de estado binacional, laico y universal que reconozca como ciudadano a quienes estén dispuestos a sobrellevar las cargas, deberes y derechos que ello supone. Es urgente desertar de toda idea que vincule la nacionalidad a cualquier rasgo ligado a la raza, la religión, la lengua, la clase social o la cultura del sujeto de derechos. Cuando los palestinos de Hamas traicionen su ideal de un estado inspirado en la ley islámica y los israelíes deserten de sus profetas bíblicos y de la utopía sionista, entonces ya se podrá respirar tranquilo en esos parajes. Con estas razones en el corazón, queridos hermanos, vayan en la paz del Señor, traiciónense los unos a los otros, como yo os he traicionado y, tranquilos, que hay indulgencia plena para todos los que se atrevan a desertar de la propia tribu. Amén.

viernes, 14 de mayo de 2010

Un asunto de etiqueta

Todos íbamos a ser inmortales

Si mientras viaja en un avión comercial se entera de que al piloto sólo le enseñaron a despegar, dejándolo ignorante respecto de las técnicas para aterrizar ¿cómo se sentiría?: ¿aterrado?, ¿incrédulo?, ¿estafado? Lo más probable es que sentiría todo eso al mismo tiempo y algo más… por lo menos una urgencia incontenible de ir al baño. Ahora, como la costumbre y el paso del tiempo moderan todas las angustias, en nuestra vida diaria no solemos experimentar ninguna de estas sensaciones, en circunstancias que, si fuésemos lúcidos, las debiésemos sufrir como una náusea crónica, de fondo.

Una náusea crónica originada en la irracionalidad más obcecada de la modernidad: la negación de la muerte. Como al piloto de marras, desde pequeños nos enseñan, con exquisito detalle, a cómo subir la escalera de la vida, pero también nos ocultan, con igual tenacidad, toda sabiduría que nos ayude a aceptar la propia muerte y a “vivirla” con paz interior, sin rabia ni desesperación. Aquí no predico: me he sorprendido, como padre, dando respuestas impresentables a mis hijos cuando, entre los cuatro y seis años, comienzan con la angustia por la perspectiva de la propia muerte. “No te preocupes, si para eso falta mucho…”, les repetía indolente, esperanzado en que se les pase luego o esperanzado en que encuentren respuestas en las clases de religión del colegio… Sí, he sido inepto, me fue más fácil hablarles de sexualidad. Y es que toda edad tiene sus herejías y la herejía de la modernidad es la muerte o, lo que es igual, la limitación infranqueable del inflado ego del ciudadano-sujeto de derechos-consumidor que campea desde la medianía del siglo pasado.

En este punto debo confesar mi profunda admiración hacia los vendedores de nichos mortuorios. Sometidos a todo tipo de desprecio, les toca ser los iconoclastas de esta cultura que nos pretende hacer creer que somos inmortales e inmunes a cualquier avance de la muerte, ya sea en forma de precariedad, sufrimiento sicológico o de un mero dolor de cabeza. Resulta horrible intentar esquivarlos cuando se abalanzan sobre uno en la calle tratando de dar los mejores argumentos de venta que existen: un producto, el único en rigor, que usted está seguro de que usará por toda la eternidad. En verdad, sobran los comentarios, pero hay una arista curiosa: la muerte tiene beneficios para todos los seres humanos, pero estos, animales desagradecidos, sólo se dedican a denostarla. Un repaso a vuelo de pájaro: el socialista encuentra en la muerte la igualación definitiva de todos los hombres; el neoliberal, el alivio eterno de las cargas tributarias; el amante, el orgasmo final, no ya la petite mort, sino la grand mort; el hipocondríaco, la liberación absoluta del miedo al dolor… En fin, a qué seguir argumentando sobre la circularidad del círculo.

Pero lo que más indigna, y creo que aquí está la raíz de cuanta crisis económica, política, social o ambiental haya sufrido Occidente en los últimos cien años, es que NINGUNA utopía política, ya sea conservadora o progresista, nos ayuda a aceptar la muerte. Muy por el contrario, TODAS caen en la demagogia más repugnante y nos prometen que, con ellas, la vida en la tierra no hará más que alargarse…¡¡Qué aburrimiento!! Son verdaderas escuelas de lateros, basta ver la locura de Fidel Castro por alargar su vida, su manía obscena por su salud, por embalsamarse en vida y así poder seguir predicando o enviando sus “cartas pastorales” a su pobre y asfixiado pueblo. En el otro extremo, Juan Pablo II insistía en ejercer el pontificado desde la senectud perfecta, sin importarle que delante de sus ciegos ojos y de sus sordos oídos campeara la injusticia con los niños víctimas de la pederastia. En fin, la vida debe tener una etiqueta y lo esencial en esta es saber cuándo debemos hacer mutis por el foro y dejarnos querer por los gusanos en medio del húmedo abrazo de la tierra… ¿Será tan difícil? No debiese, antes de ser concebidos, todos nosotros, estábamos tan muertos como cuando dejemos de respirar. No me quejo de mi pasar antes de, digamos, alguna noche de pasión que tuvieron mis progenitores allá por julio de 1968… Hasta esa noche de invierno, para mí, todo era paz, chapoteaba en medio de la nada o era una basurilla que molestaba dentro del afilado ojo de la Providencia.

Sí, es verdad, aceptar la propia mortalidad es difícil… Desde pequeños nos inculcaron que seríamos dioses, ya sea en su versión laica (entregándonos al ideal del progreso), religiosa (que seríamos el mesías u oficiaríamos de santos bienaventurados) o en su traducción “tecno-posmoderna” (que seríamos algo así como Batman o Catwoman, siempre jóvenes, energéticos, productivos y llenos de dispositivos electrónicos).

Basta de tanta patraña fáustica, de tanto activismo inútil y sigamos el ejemplo de la cultura india. Gran parte de la sabiduría indostánica se orienta al logro del arte del buen morir. La meditación que promueve el yoga está impregnada de la aceptación del hecho de la muerte, tanto es así que, cada práctica, termina en shavásana o postura del cadáver. Ahí sí que se les enseña a aterrizar, a bajar las escaleras a las pobres almas. Entonces, mis queridos y maltratados lectores, la invitación es a convertirse alegremente en fiambres y dejar tranquilo al planeta y a los que recién empiezan su vida en este valle de lágrimas, no los hagamos a ellos cargar con el financiamiento de nuestras costosas pensiones y demenciales sistemas de salud para mantenernos delirando hasta los 150 años… Es un asunto de educación, de etiqueta.

jueves, 10 de septiembre de 2009

"Algo tendrás que pagarle..."


(Viene del post del 31 de agosto de 2009, leer ese antes).

Esas cuatro palabras recorrieron mi espinazo con la fuerza de un poderoso escalofrío. El Conde de Mirabeau, desde su asiento en el infierno, me pedía que le “pagara” por sus declaraciones, las con valor predictivo, se entiende, la cosa es ser la competencia del CEP. Estaba así, entre mi vocación de periodista (todo sea por informar al público) y el MIEDO. Porque, ¿en qué moneda cobra un alma que vegeta en las tinieblas? Sin duda, las doce cuotas precio contado prometidas por mi fiel tarjeta de crédito quedaban fuera de toda posibilidad. He aquí como siguió la negociación entre este pobre e iluso servidor y una de las mentes más afiladas de la Revolución Francesa, ¡qué miseria!

-Pero, seamos precisos, ¿cómo podría pagarle un pobre mortal al gran Mirabeau? Además, no creo posible una transferencia de fondos al averno.
-Seamos serios, no se trata de un pago en metálico, eso es lo que sobra aquí. Debes imaginar el infierno como una gran bóveda en la que se guarda lo que Nuestro Señor Jesucristo llamaba “las riquezas de este mundo”. Como comprenderás, en las bóvedas hace frío y lo que escasea es la compañía, todos estamos muy aislados, somos menesterosos de lo que en tu mundo llaman “calor humano”.
-No me estarás pidiendo que cuando muera vaya a acompañarte. Tú sabes, pese a todo, me reconozco hijo del catolicismo y tengo la íntima aspiración de salvar mi alma…Es que la educación jesuita es muy fuerte… Te seré sincero, pese a la admiración que tengo por ti y tus condenados compañeros filósofos, prefiero vivir en el sopor algo estúpido del Cielo, a arder en la lucidez del infierno. Además, qué dirían mis parientes si saben que estoy por allá, recuerda… soy sobrino en algún grado de Raúl. No, no me embromes, hazme un precio, considera la publicidad gratuita que te he hecho en mi blog…
-Basta de regateos que son propios de gentes del Mediterráneo oriental, date cuenta que estás hablando con un Conde. Además, no te pedía que me entregaras tu alma completa, no me interesa, no te tengas en tan alta estima. Sólo te pedía que sacrificaras una de tus almas para hacer más llevaderas las tardes de este pobre penitente. ¿Es tanto pedir? ¡Ponte una mano en el corazón!
-Pero no empieces con los chantajes emocionales… ¿a qué te refieres con eso de sacrificar “una de mis almas”? Explícate.
-No me vengas con cosas, lo sabes perfectamente. ¿O para ti eso de Pessoa y su confederación de almas es un mero juego literario?... Joven, cuando la literatura alcanza la belleza, también alcanza la verdad, eso lo debe saber, perdóneme el tono adusto pero la solemnidad es un asunto ineludible si se quiere pensar desde la nobleza.
-No levantes la voz, todos duermen… ya, tranquilo, te entiendo.
-Perdona es que me acordé de la ocasión en que increpé al calenturiento de Robespierre en plena Asamblea, le dije: “¡Joven, la exaltación de los principios no es lo sublime de los principios!”, entonces se hizo un silencio, todos me miraron y Robespierre quedó en evidencia: no era más que un termocéfalo incapaz de remontar la ola de la Historia… Un verdugo que aprovechó el desorden para darle algo de glamour a su repelente oficio.
-Está bien, voy comprendiendo, es decir, todo eso de los heterónimos no es una metáfora del portugués.
-En absoluto, de hecho y con modestia, la idea se me ocurrió a mí primero… Pero, claro, tuve menos tiempo que Fernando para escribirla, entenderás que entre las mujeres, los negocios algo alambicados, las comilonas, la cárcel y los prestamistas, poco tiempo me quedaba para tirar unas ideas en el papel. Pessoa tenía la vida más ordenada, sin duda. Pero puedes preguntarle a quien quieras, en los primeros encuentros de los Iluminati en París (yo los llevé a Francia, entiéndeme) expuse la tesis de la confederación de almas, nadie me tomó demasiado en cuenta, porque estaban muy ocupados con el delirio de conspirar contra la iglesia de Roma. Hoy veo que todo eso fue un error… Como buena bastarda del Imperio, a la iglesia se le debe respeto, al final, todos somos ciudadanos romanos. Creo que esto hasta lo pusiste en tu blog, yo te lo soplé, descuida, no pido un copyright demasiado oneroso.
-Ahora entiendo las voces que a veces escucho. Pero dime, ¿tienes preferencia por alguna de mis almas?
-Te puedes quedar con todas tus almas jesuíticas, de misa dominical, de un techo para Chile y todo eso. Sólo quiero tu alma silbadora, esa que tararea a Aznavour: “Si de odio voy borracho, porque un santo yo no soy, nunca un santo”, ¿entiendes? Los días felices del magnífico Armenio, de ese retoño de Noé, de ese sobreviviente del “diluvio turco”. Lo último es sólo para halagarte, no creas que lo pienso de verdad.
-Ah, gracias por la sinceridad… Pero te puedes guardar tus comentarios hacia mis atavismos católicos. Pero lo que me interesa es otra cosa: hablando en jerga médica, ¿qué efectos secundarios podría sentir en caso de condenar a una de mis almas para pagar tus servicios? Ten en cuenta que ya cumplí 40 años, no estoy para experimentos.
-No tienes vuelta, eres un hipocondríaco de cuidado. En fin, tendré paciencia... En un 98 por ciento de los casos, lo único que se siente es una vaga nostalgia por un miembro que se perdió, pero que no se necesita. Es como el cosquilleo del amputado. En el cielo, tendrás, a lo sumo, cierto déjà vu, algo así como un desasosiego, para seguir con la terminología de nuestro amado Pessoa.
-De acuerdo, es tolerable, sobre todo si estás ante la beatífica presencia del Altísimo, pero cuéntame, ¿qué pasa en el dos por ciento de los casos que se salen de la norma?
-Tan filisteo y medidor de riesgos que eres, tan lector de la letra chica. Bien, en el dos por ciento restante se produce una enfermedad crónica que te acompañaría por toda la eternidad. Se caracteriza por una disfunción estructural en tu confederación de almas que te dificultaría, severamente, las funciones espirituales básicas…
-A ver, explícate mejor… Pareces el matasanos del Enfermo Imaginario.
-No es para tanto, en la práctica, mientras todos están en éxtasis adorando a Dios, tú estarías con náuseas, vómitos y otros síntomas impresentables (sí, meteorismo también), lo que haría que te confinen en el área de servicios del paraíso, nada muy terrible, piensa que ya estarás salvado. Ahí podrías contemplar la Verdad, el Bien y la Belleza desde una escotilla de ventilación… cosa nada despreciable, por cierto, si consideras que yo conozco todo eso apenas por los escritos del cascarrabias de Platón.
-Sí, de acuerdo, asumo el riesgo, te pagaré lo que me pides… Ahora, empieza con lo tuyo y dime qué pasará con cada uno de nuestros candidatos presidenciales en diciembre próximo…

Continuará...

lunes, 31 de agosto de 2009

Hable con él


No sé si lo soñé, el asunto es que ahí estaba… Eran las tres de la mañana del primer lunes de agosto de este 2009 arrastrado hasta el cansancio. Hasta ahora lo he callado por vergüenza, pensaba que me sucedería lo mismo que a Pablo Longueira cuando habló con Jaime Guzmán y, en efecto, creo que me pasará lo mismo. Tendré que ser valiente y asumir mis poderes extrasensoriales. Además, hay una diferencia: Longueira nunca se autoproclamó médium, yo sí. Pero hay otro matiz, de pedigrí si se quiere: mientras Pablo apenas le alcanzó para conversar con el asesinado senador del gremialismo; yo intercambié visiones con un personaje universal: Honoré Gabriel Riquetti, Conde de Mirabeau.

Sí, me dirán siútico por hablar con muertos de la nobleza europea, saltándome toda la tradición chilensis de parlotear con los pequeños próceres… No está a mi alcance impedir el qué dirán, no estuvo en mis manos optar por la aparición de un personaje más correcto como Salva u otro de la zoología criolla. Respecto de Mirabeau, apenas se fue, le saqué su respectivo Dicom político y apareció con bastantes impagos… Advierto a los lectores: mientras se las daba de republicano ante la Asamblea Nacional, asesoraba a Luis XVI a cambio de sustanciosos honorarios (al final estos menguaron, porque María Antonieta le tenía sangre en el ojo, mientras que la ultraderecha de la corte lo veía como un Sabastián Piñera cualquiera). Se mofaba de los jacobinos, tenía una vida disipada, mejor comer y, pese a los honores que recibió al morir, con el tiempo se supo todo y lo sacaron del Panteón que hospeda a los líderes de la revolución francesa. Pese a las humillaciones, el siglo XIX y el Reino Unido actual, le deben a Mirabeau la conceptualización de la Monarquía Constitucional, engendro que hubiese sido imposible sin el aporte del depravado intelecto de este “atleta del amor” como lo calificó José Ortega. Bueno, aquí va un esbozo de la conversación que tuve con él la madrugada aquella:

-Mauricio, Mauricio ¿Me llamaste?
-Perdón, ¿quién eres a esta hora y con ese olor a azufre? Además tienes una palidez fosforescente que no se ve saludable.
-Es el color que uno toma en el infierno, Nicolo está igual.
-Perdón ¿qué Nicolo?
-El único, el grande Maquiavello. El resto suele ser una lata… Platón es el rey de los lateros.
-No debí sobrepasarme con el tinto, estaba rico, pero ahora estoy con visiones.
-No sobreestimes tu cerebrillo, no es capaz de alucinaciones de esta calidad, lo digo con modestia. Además, tú me llamaste.
-Perdón, cómo que te llamé, además quién eres para estar sentado en mi cama, baja la voz que la MJ podría despertar.
-Pero cómo que no me llamaste, si hace años que invocas mi nombre en tu blog, para que sepas, en el averno no seremos felices, pero tenemos Internet, con libre acceso al xxx, por supuesto. De hecho, algunas páginas las hacemos allá.
-Entonces eres Honoré…, perdón, Conde de Mirabeau, pero ¡qué haces en el infierno!
-Pero, hombre, me alegra que te acuerdes de mis títulos, respecto de mi domicilio, qué querías… Por una parte, mi vida disipada y por otra, a Dios no le gusta el genio político, cree que es algo luciferino… sí, abajo estamos todos, el pobre de Toqueville incluido. Fíjate lo raro: Robespierre, Lenin, Stalin, Mao y el Che están en el limbo purgando, sólo porque Dios dice que “soñaron con un mundo mejor”, calcula la injusticia y los que nos dedicábamos a parar la hemorragia, aquí, friéndonos… Todo porque me dediqué a pasarla bien en lugar de internarme en la selva boliviana como el Guevara ese que no dejó ni una sola línea que valiera la pena… es un burro créeme.
-Bueno, no sé, no soy tan versado en literatura guevariana, pero déjame salir del asombro… ¿A qué viniste?
-Eso lo debieses responder tú, yo estaba entretenido, surfeando en la red en un sitio inspirado en mi querido amigo el marqués de Sade.
-O sea que yo te podría preguntar cualquier cosa, por ejemplo, tus pronósticos políticos para Chile, lo que ves para estos pobres diablos en las elecciones de diciembre…
-Hijo, pero claro, ahora si lo publicarás en tu blog, algo tendrás que pagarle a esta pobre alma, piensa que desde el más allá, en especial desde el infierno, la clarividencia aumenta exponencialmente… Es que entre las brasas de don Sata poco se tiene que perder… Los santos son de una corrección enervante, pues tienen una posición celestial que cuidar…
Continuará….