viernes, 10 de septiembre de 2010

Apuntes para una ética de la traición


En Anatomía de un Instante (Mondadori, 2009), Javier Cercas explica que es necesario elaborar una ética de la traición, pues hasta aquí los hombres se han venido acusando mutuamente de traición desde que la historia nos arrojara del paraíso. Cercas nos sugiere que, desde que el cráneo humano empezó a rumiar, no ha podido parir nada diferente de la ética de la lealtad y esto, claro, es un grave problema para los traidores y para quienes sospechamos que algún día podríamos visitar dicha categoría. Una ética de la traición sería, entonces, un avance magnífico desde el momento en que se reconoce que es la traición la que gatilla la mayoría de los cambios históricos: los impulsores de la agricultura escupieron sobre las tradiciones de los recolectores, los comerciantes utilizaron a los campesinos para comerciar sus productos, más tarde, los banqueros abusaron de los mercaderes para concentrar capital y así financiar proyectos industriales que, muchas veces, no pagarían sus deudas con los bancos. En fin, el obrero mordería la mano de su patrón, el joven idealista aborrecería los axiomas del partido de sus padres y así hasta el infinito.

Es verdad que no todas las traiciones son glamorosas ni estéticas, pero muchas son necesarias. La canción Le Déserteur, del escritor y músico francés Boris Vian, habla de la necesaria traición del sentimiento nacionalista que ya había arrastrado a Europa a una guerra generalizada entre 1914 y 1918 y que, por los años en que fue compuesta, recrudecía y comenzaba a cobrar en sangre la ingenuidad de las jóvenes generaciones galas. En la romanza, Vian le declara al presidente de la República Francesa que no irá a la guerra, pues “vio partir a su padre y morir a su hermano” y que no está dispuesto a seguir el mismo camino que ellos. El mensaje, visto desde la óptica de la lucha contra la barbarie nazi, podría ser calificado incluso de cobarde, pero visto desde la necesaria rebeldía contra la irracionalidad de las guerras, es casi un gesto de heroísmo: se manifiesta así la inevitable ambigüedad de la traición, su torcido camino hacia el bien por medio de inconfortables travesías por los eriales del mal. Cuando Vian advertía que traicionaría a la causa francesa, en el fondo, declaraba su lealtad a la vida, su lealtad a la Europa de Dante y al proyecto político universalista que dicho continente viene intentando, en medio de innumerables errores, desde la aspiración romana de unificar el mundo bajo el imperio de la ley y la racionalidad.

Pero el viscoso y oscuro núcleo del tema que nos preocupa aún permanece intocado. Cercas no se atrevió a explicitarlo y sólo enunció la pregunta: ¿es posible formular una ética de la traición que sea consistente con los valores humanos más permanentes? Desde mi limitado punto de vista, me atrevo a decir que sí, y que no sólo es posible, sino que además es necesario, es deseable. Puestos a definir la estructura axiológica de la traición (es decir, de aquella traición valiosa, digna), nos encontramos siempre con un movimiento, o mejor aún, con un viaje: me refiero al doloroso recorrido que hace el traidor virtuoso desde lo particular a lo universal. En su libro, Cercas habla de esto todo el tiempo, pero por algún motivo, no lo llega a formular en toda su extensión. En efecto, el autor de Anatomía de un Instante, describe magistralmente el viaje de Adolfo Suárez desde su juventud provinciana, de un falangismo torvo, hasta su madurez de estadista incluyente que se desangró en la tarea de desmontar el estado franquista para construir sobre sus ruinas un proyecto político universal, capaz de dar cabida dentro de sí tanto a republicanos como a nacionales y monárquicos. En este afán, Suarez fue capaz de arriesgar la vida durante la decisiva tarde del 23 de febrero de 1981, cuando el Coronel Tejeros entró al parlamento español a punta de disparos. Mientras todos los congresales se tiraban al suelo, Suárez no se movió de su asiento. Sólo fue capaz de imitarlo el representante del Partido Comunista, Santiago Carrillo, a quién también le tocó cargar con la acusación de haber traicionado los valores del bando republicano. Las balas silbaban entre las cabezas de ambos próceres, pero nunca se doblegaron ante la intentona golpista. Es verdad, el combustible que impulsó a Suárez a través de su arduo viaje desde el falangismo a la democracia era poco decoroso, pues su composición, a la postre, fue mera ambición personal, ansias de salvarse como político y de perdurar en el poder, no el amor a la libertad. Ahora, si somos justos, hacerle esta crítica a un político, es equivalente a denostar a los amantes por dejarse llevar por la lujuria o tirarle las orejas a un empresario por desear utilidades. No se puede mirar feo a un girasol por estar interesado en la radiación solar, nadie está obligado a renunciar a su naturaleza.

Otro ejemplo, muy clarificador de traición virtuosa, es una que no se suele explicitar: la de Jesucristo y su reinterpretación radical de la Ley Mosaica, al punto que saltó desde una religión casi tribal, como el judaísmo de su tiempo, a otra confesión con una aspiración universal inocultable: “ya no hay griego, romano ni judío”, les contestaba a quienes estaban inquietos por su total prescindencia respecto del esfuerzo de su pueblo por liberarse del yugo de Roma. Fue esta traición, ni más ni menos, una de las causas principales que llevaron a Cristo a la muerte en cruz. La comunidad judía de su época tenía pocas posibilidades de comprender el mensaje religioso de Cristo, pues, al estar orientado hacia un público universal, carecía de toda ambición de liderazgo político particular como el de Moisés o David. Y, claro, la subversión contra la autoridad romana ni siquiera figuraba en su agenda salvífica. En esto, Cristo sentó las bases del estado laico al desvincular la religión de la política secular. Esta innovación, es menester reconocerlo, es tan importante como la creación del alfabeto.

El concepto de traición virtuosa es, entonces, fértil en aplicaciones. El modelo más obvio, el que más grita, es el ya casi centenario conflicto del Cercano Oriente. La ya irracional disputa que enreda a palestinos e israelíes requiere, con urgencia, de que ambas partes recurran a la traición virtuosa. Sí, cada uno de los bandos, debe, sin asco ni remordimiento alguno, traicionar a su propia tribu para ser leal a un proyecto de estado binacional, laico y universal que reconozca como ciudadano a quienes estén dispuestos a sobrellevar las cargas, deberes y derechos que ello supone. Es urgente desertar de toda idea que vincule la nacionalidad a cualquier rasgo ligado a la raza, la religión, la lengua, la clase social o la cultura del sujeto de derechos. Cuando los palestinos de Hamas traicionen su ideal de un estado inspirado en la ley islámica y los israelíes deserten de sus profetas bíblicos y de la utopía sionista, entonces ya se podrá respirar tranquilo en esos parajes. Con estas razones en el corazón, queridos hermanos, vayan en la paz del Señor, traiciónense los unos a los otros, como yo os he traicionado y, tranquilos, que hay indulgencia plena para todos los que se atrevan a desertar de la propia tribu. Amén.