jueves, 23 de abril de 2009

El Mal

Si hay algo que se niega a ser develado por el espíritu ilustrado es el misterio del mal. Muchas veces la modernidad ha optado simplemente por negar su existencia, argumentando que es la manifestación de injusticias sociales las que, una vez resueltas, harían que el mal se esfume. Pero la verdad es que el mal está ahí, es gratuito, vigoroso y va mucho más allá de lo que a priori estimaríamos como soportable. Hay una poética del mal. Esta lo puede llevar a extremos insólitos como los campos de concentración, el tráfico de niños y otras aberraciones difíciles de imaginar. Muchos toman estos horrores como la prueba tangible de la inexistencia de Dios. Este argumento parece convincente, pero la verdad es que tiene una debilidad enorme: si Dios no existe y todo lo que hay es mero universo natural, entonces ¿cómo explicamos este mal de rango metafísico? Cómo explicar a los monstruos de la historia, a los organizadores de los asesinatos en masa, si en el mundo animal no existen precedentes de voluntades tan malignas. El hombre, lo dijeron los escolásticos, es una bestia metafísica, inexplicable -hasta donde sabemos- por criterios estrictamente científicos. Entonces, vaya paradoja, resulta que es posible que la vigencia del mal sea la prueba más contundente de la existencia de Dios. Que Dios permita todo lo que ha permitido hasta ahora podría explicarse como la única vía para que la libertad humana sea real y no una suerte de jardín infantil con paredes acolchadas y rejas en las ventanas para que los niños no sufran accidentes. ¿Dios sería entonces un padre liberal, que deja que sus hijos se equivoquen?

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